domingo, 31 de julio de 2011

REFLEXIONES Y PENSAMIENTOS - MADRE TERESA DE CALCUTA

EL HOGAR ESTÁ ALLÍ DONDE ESTÁ LA MADRE

Donde está la madre, allí está el hogar. En cierta oportunidad recogí a un niño y lo llevé a nuestro Hogar Infantil, lo bañé, le di ropas limpias y alimentos, pero al cabo de un día, el niño se escapó. Alguien lo encontró y lo trajo nuevamente a nuestro hogar, y volvió a escapar. Luego retornó otra vez y entonces le dije a una de nuestras Hermanas: "Por favor, si huye de nuevo, sigue a este niño, no lo pierdas de vista hasta saber a dónde va cuando se escapa". Y el niño escapó por tercera vez. Bajo un árbol estaba su madre. Había colocado dos piedras debajo de una cazuela de barro y estaba cocinando algo que había recogido de los tachos de basura. La Hermana preguntó al niño: "¿Por qué te escapaste del Hogar?" y el niño respondió: "¡Pero si mi hogar está aquí, porque aquí está mi madre!".
Sí, allí estaba su madre. Allí estaba su hogar. No importaba que la comida hubiera sido recogida de la basura, porque mamá la había preparado. Era ella quien acariciaba y abrazaba al niño, y el niño tenía a su madre.
(Madre Teresa de Calcuta).

COMPRENDER EL AMOR

Las mujeres tenemos dentro nuestro esa cosa tan grandiosa que es comprender el amor. Lo veo con emoción en nuestra gente, en nuestras mujeres pobres que cada día de su vida se encuentran con el dolor, y aceptan ese dolor por el bien de sus hijos. He visto padres y madres privarse de tantas y tantas cosas, he incluso mendigar, sólo para que a sus hijos no les faltara lo indispensable.
He visto a una madre abrazando y acariciando a su niño tullido, a su hijo. Tenía un profundo y comprensivo amor por el sufrimiento de ese hijo. Recuerdo también a una mujer que tenía doce hijos y la mayor de las cuales estaba dolorosamente tullida. No puedo describir lo que era esa criatura, física y mentalmente. Le ofrecí llevar a esa niña a nuestro Hogar, donde hay tantas otras niñas como ella, y le dije que allí recibiría todos los cuidados necesarios. La mujer comenzó a llorar y me dijo: "Madre, no me diga eso, no me diga eso. Esa hija es el mayor don que Dios nos ha dado a mí y a mi familia. Todo nuestro amor se centra en ella. Nuestra vida estaría vacía si Usted nos la quitara. . .".
¿Cuántas veces encontramos hoy en día, en nuestra civilización moderna, ese ejemplo de amor tan profundo, tan lleno de comprensión? ¿Somos capaces de entender que en nuestros hogares, que mi hijo, mi esposo, mi mujer, mi padre, mi madre, mi hermana, mi hermano, necesitan esa comprensión, esa mano tendida?
(Madre Teresa de Calcuta).

Teresa de Calcuta. . . Ni "star", ni "sexy", ni primera dama, ni alta ejecutiva. Y, sin embargo, todos los medios la asediaban de continuo, seguían sus pasos, hablaban de ella. El mundo entero la conocía y la admiraba.
En su ancianidad, enferma, seguía ocupando centímetros de papel prensa, flashes televisivos. ¿Qué es lo que ha hecho? Simplemente, ser voz de los que no la tienen, alzarse como un testimonio del amor fraterno entre los más desheredados de la tierra. Y si la humanidad la escuchó y la admira, significa que los hombres aún no han perdido lo mejor que pueden tener: la capacidad de amar y de reconocer el auténtico amor.

"El amor es un fruto que siempre está maduro y al alcance de todas las manos. Cualquiera puede recogerlo."
(Madre Teresa de Calcuta).

(Información extraída del libro "AMOR: UN FRUTO SIEMPRE MADURO", de Dorothy S. Hunt).

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sábado, 30 de julio de 2011

ESPEJOS: RELATO Y POESÍA

Siempre me he sentido atraída por los espejos. Como todavía no escribo sobre el tema, hoy quiero compartir el trabajo de una autora que me gusta mucho. Con su autorización, les dejo dos de sus escritos.

EL ESPEJO DE JULIA

Julia y su espejo son buenos camaradas, pero. . . ¿por qué? Ella no se contenta con la visión que él le ofrece, sin embargo, una extraña fuerza le impulsa a posarse con frecuencia frente a este temido, pero incondicional compañero, que semanas atrás mandara a colocar su madre, en un intento repentino por vestir las blancas paredes de la habitación más pequeña de la casa.
Julia coloca la mano derecha sobre su cintura, busca la postura adecuada, y lanza una mirada desafiante a los ojos que la observan, como si de un enfrentamiento se tratase. Así, con un extraño deseo de realizar quién sabe qué descubrimientos, intenta ahondar en las profundidades de aquellos ojos. . . Empañando el espejo con su aliento, y ya casi perdiendo la noción de su entorno, se prepara para cruzar el umbral; "¡llévame contigo!", dice, y su voz se deshace en múltiples ecos que resuenan por toda la habitación. . .
Su madre, algo confusa por lo que está presintiendo, abre la puerta del dormitorio, pero no encuentra a nadie allí. . .; "seguramente Julia pasea en el jardín", piensa. Entonces, se posa frente al espejo, y contempla su propia imagen con admiración, como nunca lo había hecho antes. . .

(Soledad Benítez).

ESPEJO

Amé en tu alma
mi propio reflejo.
Yo era Narciso
y tú eras mi espejo.

Soñé en tus aguas
absurdas delicias:
Junto a tu estela,
mis propias caricias.

Hoy en tus ojos
no he hallado el espejo.
Ya ni recuerdo
mi amado reflejo.

(Soledad Benítez).

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viernes, 29 de julio de 2011

NADA QUE DECIR

La palabra: ese don increíble de la humanidad; don que usamos para comunicarnos, para definir, para cuestionar, para mentir, para destruir. . . Y decimos, decimos, decimos. . .; decimos que tener tal color en la piel es mejor que tener otro; que ser de determinada nacionalidad es mejor o peor que ser de otra; que las medidas y el peso de nuestro cuerpo determinan nuestra belleza; ¿belleza según quién?, según lo que nosotros decimos. . .
Y seguimos diciendo: bla, bla, bla: que muchos ceros en nuestra cuenta bancaria nos hace mejores, más importantes, más dignos; y así calumniamos, engañamos, lastimamos. . ., y si pretendemos desdecirnos, ya no se puede, porque lo dicho, aunque se desdiga, se esparce, vuela lejos, y en el consciente colectivo se transforma en realidad.
Así, con el don de la palabra, difundimos lo que inventamos: inventamos fronteras, diferencias, guerras, dolor. . .
¿Cuántas palabras se dicen en el mundo en un sólo día, en una hora, en un minuto?, ¿cuántas positivas, alentadoras, sinceras?
Si pudiéramos hacer silencio todos durante 24 horas, ¿qué sucedería?; quizás algo bueno; tal vez el universo nos lo agradecería; tendríamos tiempo de darnos cuenta de lo ridículos que somos; de cómo destruimos nuestro entorno, nuestros sueños, nuestra vida; en una carrera desenfrenada hacia ninguna parte.
Si supiera que Dios existe, y que no fue otro invento nuestro, si pudiera hablar con él, ¿qué podría decirle?, ¿perdón?, ¿gracias?. . . No, mejor no. . .; ¡qué vergüenza!; no tengo nada que decir. . .
                                                                                                                                                                     (Myriam Alpuin - Derechos de autor protegidos).

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martes, 26 de julio de 2011

BIOGRAFÍA DE PAULO COELHO


Paulo Coelho (Río de Janeiro, 1947), se inició en el mundo de las letras como autor teatral. Después de trabajar como letrista para los grandes nombres de la canción popular brasileña, se dedicó al periodismo y a escribir guiones para la televisión. Con la publicación de sus primeros libros, El Peregrino (Diario de un Mago) (1987) y El Alquimista (1988), Paulo Coelho inició un camino lleno de éxitos que lo ha consagrado como uno de los grandes escritores de nuestro tiempo.
Publicadas en más de cien países, las obras de Paulo Coelho han sido traducidas a cuarenta y dos idiomas, y han alcanzado la cifra de veintiún millones de ejemplares vendidos. Además de recibir prestigiosos premios y menciones internacionales, en 1996 el ministro de Cultura francés lo nombró Caballero de las Artes y las Letras.
En la actualidad es consejero especial de la Unesco para el programa de convergencia espiritual y diálogos interculturales, y ha recibido el premio Crystal Award 1999, que concede el Foro Económico Mundial.
Otras de sus obras destacadas son: Brida (1990), A orillas del Río Piedra me Senté y Lloré (1994), La Quinta Montaña (1996), Verónika Decide Morir (1998) y 11 Minutos (2003).


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lunes, 25 de julio de 2011

EL SILLÓN HAMACA

Siempre estuvo allí: una presencia eterna, cálida, envolvente. . . Ya no combina con el resto del mobiliario de la casa, y el abuelo ya no pasa las tardes frente a la ventana del jardín, meciéndose despacio, como columpiando los recuerdos que a veces humedecían sus ojos, y le daban ese brillo extraño, profundo, casi místico; un brillo que hablaba de finales, de ocaso, de despedidas.
Ese viejo sillón y sus brazos fueron mi primera cuna, mi refugio, el consuelo que llegaba justo cuando se oían los regaños de mi madre, que hasta llegaron a gustarme, porque en ese instante, cuando volteaba a verlo, con mi carita triste y asustada, me encontraba con su sonrisa cómplice, con sus manos grandes, protectoras, que enjugaban mis lágrimas y acariciaban mi cabello. Allí, envuelta en su calor, escuché las historias más increíbles, los cuentos más fantásticos que hacían volar mi imaginación, y que, más tarde comprendí, algunos eran relatos de su propia vida.
Siendo muy pequeña aun, creía que el mecedor era parte de su cuerpo; nunca lo vi caminar.
Así fui creciendo; dedicándole cada mañana la primera sonrisa, el primer beso del día, y al regreso del colegio, corriendo entusiasmada a contarle todas las experiencias de mi jornada.
Él fue el único que supo de aquel amor que me hacía suspirar cuando tenía apenas 8 años, y que alivió mi dolor cuando ya adolescente, alguien rompió mi corazón.
Solía despertarlo de su siesta de forma intempestiva para consultarle cualquier cosa que me inquietara, y él, en lugar de enojarse por mi imprudencia, me miraba con sus ojos mansos, tranquilos, que disipaban todos mis temores, y con su voz pausada me prodigaba esos consejos tan sabios, tan adecuados para cada ocasión, y que siempre, siempre, resolvían mis conflictos, porque me situaba en otro lugar, desde donde podía ver el lado positivo de cada situación.
A medida que yo crecía, él crecía para mí como referente en todos los aspectos de mi vida.
Ese día tenía algo muy importante que contarle: mi gran amor me propuso formar juntos una familia. Regresé a casa de prisa. Él tenía que ser el primero en compartir conmigo tanta felicidad. Corrí como un torbellino hacia la ventana que da al jardín: -¡abuelo!, ¡abue!. . . La voz se quebró en mi garganta; un escalofrío recorrió mi espalda: el sillón estaba vacío. . . La voz de mi madre estalló en mis oídos, confirmando esa terrible sospecha que me dejó paralizada. -se ha ido, dijo. . .
Desde entonces mi universo cambió; se apagó la estrella que guiaba mis pasos; aun así, seguí la rutina de cada mañana, de cada regreso:
Corro a saludarlo, a contarle mis cosas, a pedirle consejo, y siempre, como aquél día inolvidablemente gris, me encuentro con su lugar vacío, que nadie volvió a ocupar, ni yo misma. A veces en la penumbra, creo verlo mecerse; quizá sea la brisa del jardín, tal vez sólo mi imaginación. . . Entonces me arrodillo ante el viejo sillón y lo llamo, con la esperanza de que pueda escucharme, y saber cuánto lo amo, a pesar de los años que han pasado ya desde su partida.
¡Cuánto tiempo! Toda una vida sin ti. . . Ya no soy aquella niña que gritaba alborozada. Ahora apenas puedo hablar bajito, caminar lento y descansar sobre cojines para sostener largas conversaciones con un mueble vacío. Eso alejó a los pocos amigos y familiares que quedaban; "Emilia" está loca, decían, "pasa las tardes hablando sola junto al sillón que está frente a la ventana".
Hoy no me siento igual; ¿será el momento ya? Semanas atrás el médico lo dijo: el tiempo se agota.
La misma enfermedad que te alejó de mí, se quedó conmigo, abuelo.
Hoy sí, por primera vez desde que no estás, siento deseos de ocupar tu lugar en el sillón. Tengo frío. . . y miedo; necesito sentir tus brazos. Arrúllame en tu mecedor, como antes. . . Qué bien se siente tu calor. . . Ya puedo verte frente a mí, pero. . . ¡estás de pie!, ¿y esa luz? Me extiendes tu mano; claro que quiero ir; hace tanto tiempo que te espero. . . Pero. . . a él no podemos dejarlo; ha sido mi única compañía. Ya no me casé. Nos quedamos solos tu sillón y yo. Llevémoslo con nosotros. Vamos, abuelo. . .

(Myriam Alpuin - Derechos de autor protegidos).

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ME GUSTAS CUANDO CALLAS - PABLO NERUDA

Me gustas cuando callas
porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos,
y mi voz no te toca.
Parece que los ojos
se te hubieran volado
y parece que un beso
te cerrara la boca.

Como todas las cosas
están llenas de mi alma,
emerges de las cosas,
llena del alma mía.
Mariposa de sueño,
te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra
melancolía.

Me gustas cuando callas
y estás como distante,
y estás como quejándote,
mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos,
y mi voz no te alcanza:
Déjame que me calle
con el silencio tuyo.

Déjame que te hable
también con tu silencio
claro como una lámpara,
simple como un anillo.
Eres como la noche,
callada y constelada.
Tu silencio es de estrella,
tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas
porque estás como ausente,
distante y dolorosa
como si hubieras muerto.
Una palabra entonces,
una sonrisa bastan,
y estoy alegre,
alegre de que no sea cierto.

(Pablo Neruda).

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viernes, 22 de julio de 2011

CORAZÓN DE MADRE

Se ven muchos de ellos por las calles. Cada vez aparecen más. Son tan frágiles, y están tan solos. . . Uno en especial conquistó mi corazón. Es tan pequeñito. . ., 3 o 4 años tal vez.
Cada mañana camina por mi calle hasta la iglesia, y espera paciente a los feligreses que salen de misa. Sus ojos oscuros y tristes brillan cuando alguien le regala una moneda.
Desde los días cálidos de verano trato de acercarme a él, pero apenas he podido rozar su mano cuando intento alcanzarle algo.
Huye de todos; parece estar muy asustado. Su cuerpito tiembla cuando oye una voz que se dirige a él, y corre de prisa hasta perderse lejos de lo que para él representa un inminente peligro.
No puedo dejar de pensar en ese niño. Me inspira una profunda ternura. Joaquín es muy especial (así se llama), lo averigüé después de mucho preguntar.
Al regreso del trabajo, dedico mis tardes a una minuciosa investigación:
Nadie lo conoce. Hablé con todos los vecinos y comerciantes del barrio, incluso con el párroco. Sólo apareció un día, mezclado entre tantos chicos que viven de la limosna de aquellos que se apiadan de tanta soledad y abandono. Uno de ellos me lo dijo, sólo su nombre: Joaquín.
Apenas habla. Parece no tener familia; y su compañero me confesó que una vez, cruzando un parque al atardecer, lo vio escurrirse entre las ramas de unos arbustos que crecen allí.
Todas las mañanas paso por la iglesia, y rápidamente (para que no se asuste), le extiendo un paquete con su desayuno; lo preparo con tanta ilusión. . .; sueño que es para mi hijo, el que perdí, el pequeño Nicolás:
Ese día, soleado como el de hoy, el vehículo escolar pasó a recogerlo. Era la primera vez que no lo llevaba personalmente. Su padre creía que yo lo protegía demasiado. Decidió, aún en contra de mi voluntad, contratar el transporte que conducía al colegio a muchos de sus compañeros. Podíamos costearlo; nuestra situación económica era buena.
Mi esposo consideraba que mi actitud hacia nuestro pequeño era obsesiva, y tenía algo de razón; es que era ese miedo, esa sensación extraña que no podía explicar, y que me tomaba por asalto cada vez que mi niño no estaba conmigo.
Lo acompañé hasta el coche; le hice mil recomendaciones al conductor; abracé fuerte a mi hijo, llenándolo de besos como si fuera la última vez, y esa sensación se cristalizó en mi corazón. Y lo era, era la última vez.
Llamaron del colegio. El director estaba pálido, desencajado, con el cuerpo de mi Nicolás ya sin vida en sus brazos. Así lo había recibido del conductor, quien huyó sin dar explicaciones. Supimos después que la imprudencia de ese hombre, que no se ocupó de reparar la puerta de su vehículo, había desencadenado la tragedia que terminó con mi familia. Mi esposo y yo no pudimos sobreponernos, y sobrevino la separación.
Después de un año, retomé mi actividad como diseñadora de ropa para niños y adolescentes, y siempre guardo mi mejor diseño del talle que usaría mi niño si estuviera conmigo.
Es un agradable Domingo de otoño. Después de misa el niño volvió a desaparecer. Ya salgo a buscarlo. Hace tiempo que recorro el parque; es muy grande; todavía faltan muchos arbustos que revisar. Hoy me siento optimista; traigo mantas, ropa, juguetes y alimentos para Joaquín. Quizá hoy lo consiga. Se acerca el invierno; es imposible que sobreviva a bajas temperaturas sin nadie que lo proteja. Después de mucho caminar, siento que alguien me observa; me vuelvo, y percibo un leve movimiento en las ramas de unos arbustos que crecen entre un frondoso árbol y las paredes de unos sanitarios del parque. Me acerco despacio; dejo junto a lo que me parece un hoyo entre las hojas, una bandeja con frutas y dulces, y una caja con varios juguetes de brillantes colores; me alejo con calma, y voy a sentarme en un banco, desde donde puedo ver claramente el lugar donde supongo que se encuentra esa pequeña alma asustada. Luego de unos instantes, veo una manita que tímidamente asoma entre las hojas; lo primero que toma es un camioncito rojo. A pesar de tantas privaciones, es un juguete, tal vez el primero que toca en su vida, lo que seduce a ese pequeño corazón. Minutos más tarde sale de su escondite; es la expresión más bella que he visto en los últimos dos años. Sonríe, come, juega, se ve feliz, y por un rato parece olvidarse del resto del mundo. Finalmente repara en mí; lo saludo con la mano y le muestro un juego de soldaditos que traje para él. Vacilante se dirige hacia mí; le entrego los soldados y un gran trozo de pastel de chocolate, que hace abrir muy grandes sus ojos; junto con el pastel, una foto de la fachada de mi casa, que él conoce muy bien, porque lo veo correr a diario por la calle junto a mi ventana. Le señalo la ropa y las mantas que dejo sobre el banco; le sonrío y me alejo despacio.
Los días siguientes pasa frente a mi puerta, y se detiene un momento para tomar los alimentos y otras cosas que creo, puede necesitar, y que puntualmente deposito en un canasto sobre la acera.
Ya es Sábado. Toda la semana hemos repetido el mismo "ritual", y ambos hemos cumplido con nuestro acuerdo silencioso.
Todavía es temprano; estoy a punto de salir; el canasto está listo. Unos golpes suaves me sobresaltan; alguien está tocando. No puedo creer lo que veo: Joaquín está allí, de pie junto a mi puerta. Las lágrimas bañan su rostro; está temblando; apenas puede sostenerse; tiene sangre en sus mejillas y marcas de golpes en sus brazos y piernas. Me inclino frente a él; le ofrezco mis brazos, y él se arroja en ellos llorando convulsivamente.
Mi alma está de fiesta: hoy mi hijo se gradúa. Es un joven bello, fuerte y generoso. Juntos hemos conseguido crear un hogar para esos pequeños que ya no necesitan esperar una limosna en la puerta de la iglesia.
La vida se llevó al hijo de mi vientre, pero me regaló al hijo de mi corazón. Él me cuida y me llena de amor, y yo le doy todo lo que sólo una madre es capaz de dar. Ambos estábamos perdidos, y nos rescatamos mutuamente. Somos más felices porque nos tenemos uno al otro.
En el discurso de su graduación, él cuenta frente a todos nuestra historia. Me dedica ese diploma que dice que Joaquín Cáceres es médico, y lo es: empezó a sanar mi vida el día que vi por primera vez sus grandes ojos tristes. Se hace un silencio emotivo entre los presentes; Joaquín termina su discurso con la frase más hermosa que una mujer pueda escuchar: "¡Te amo, mamá!"

(Myriam Alpuin - Derechos de autor protegidos).

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lunes, 18 de julio de 2011

ASÍ ME PRESENTO

Los grandes como Shakespeare, Dante y Cervantes, entre otros, despertaron mi pasión por los libros a muy temprana edad. Así, la Literatura se convirtió en mi gran amor, ese que jamás se olvida.
Una vida entre poesías, cuentos, relatos, historias; viajando con cada autor a ese lugar mágico donde se encontraba cuando plasmó su obra; viviendo cada experiencia como propia; en pocas palabras, sintiendo. Sí, eso es para mí un buen escritor (conocido o anónimo), aquel que transmite un sentimiento; aquel que conduce a los otros a su propio mundo, así sea con una sola estrofa, con su único relato, o con una obra exquisita que perdura en el tiempo como si tuviese vida propia, emergiendo siempre del consciente colectivo.
No hace mucho, escuchando a ese cantautor especial y único, a ese trovador angelado que fue Facundo Cabral, desde su álbum "No estás deprimido, estás distraído", me conmoví al oír una reflexión que para mí es una verdad absoluta: "Si haces lo que amas, estás irremediablemente condenado al éxito". Y como yo amo escribir, leer, investigar, recopilar biografías, opinar, sentir lo que otros sienten y compartir mis sentimientos, decido ahora sumarme a la web con escritos de mi autoría, y otros que, en mi opinión, merecen ser compartidos.
Influyeron en mi decisión, dos personas únicas por su calidad humana: una está muy cerca de mí, y prefiere mantenerse anónima, y la otra sos vos: gracias, Facundo Cabral.

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